Me encontraba caminando
por una senda que atravesaba el campo. Bien vestido y con un sobre en la mano.
Era esa carta que escribí hace tanto pero nunca te di. No sabía a donde iba ni
de dónde venía pero extrañamente, seguía caminando, supongo que la razón eras
tú. El camino bajaba dejando ver únicamente una colina que bordaba la pequeña
senda. En la cima podía ver a una encantadora señorita en un vestido blanco con
una corona de flores azules.
Eras tú. Sabía muy bien que eras tú. El camino no
subía entonces, sin dudarlo dos veces, salté la barda que bordeaba el camino y
corrí hacia ti. Sonreías mientras subía. Me gritabas que subiera más rápido.
Cada grito tuyo alimentaba el fuego de mi interior, me llenabas de energía. Cuando
estaba cerca extendiste tu mano y mientras la tomaba el cielo se tornaba gris.
Las nubes cubrieron el sol para cuando te tome entre mis brazos, me di cuenta
que estabas llorando pero, sin responder a mis preguntas, te apartaste. Escuchaba
el sonido de la tierra crujir bajo mis pies y el fuerte soplo del viento en
todo mi cuerpo. Antes de que me diera cuenta ya bajabas la colina. Gritaba tu
nombre pero no respondías. Antes de que te alejaras más, te alcancé, te tome de
un brazo y te dije:
- Jamás te
dejare sola -
Volteaste
levantando la mirada aun con lágrimas en los ojos diciéndome
- Pero yo ya te
deje solo –
El viento sopló
con tanta intensidad que lo único que podía escuchar era el sonoro crujir de
raíces saliendo de la tierra mientras estas me sujetaban fuertemente. Te
acercaste a mí
-perdón –
dijiste
Estaba
completamente confuso a lo que ocurría, no entedía lo que pasaba. Me besaste. Tus
labios eran suaves pero tenían ese terrible sabor a lágrimas. Un beso con sabor
a lágrimas duele pero el no saber si tu las causaste te mata por dentro. Las
raíces sonaron con una fuerza que parecía que habían rugido, sentí la presión y
como me llevaron lejos de ti, sin posibilidad alguna de impedirlo. Me lanzaron
con tal rapidez al camino que al impactar con el suelo perdí la consciencia. Desperté
en el mismo lugar donde salté la barda, en la cima de la colina. Ya no estabas
tu pero si un árbol que parecía tener años ahí. No recuerdo haberlo visto
antes. En la solapa de mi traje había una flor azul como las de tu corona y en
mi mente una idea: tenía que seguir ese camino… hasta el día que te vuelva a
encontrar.
Escrito por: Efraín Ortiz Villafranca
Edición por: Jesús Wisord Autumn Halliwell
Nos leemos pronto
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